Elogio de la croqueta en crisis creciente

Anda la luna en cuarto creciente, como la cola del paro y la crisis, y en el cielo dibuja como una sonrisa irónica, de medio «lao», como la del Gato de Cheshire de «Alicia en el país de las maravillas». La Feria se encamina a su punto álgido. Entre hoy y mañana, el recinto ferial alcanzará la cifra «mágica» del millón de visitantes. Casi tantos como desempleados en Andalucía, como si cada uno de los «hijos de la crisis» -que así titularía ahora Triana sus «Hijos del agobio»- se diera una vuelta por el Real, devolviendo la sonrisa burlona a la luna turca.

La crisis más que en sueño escrito con la tinta de luz de Lewis Carroll deviene en pesadilla escrita con números rojos. Porque «la cosa está mu’ mala». Que se lo digan a Francisco García, que antes de ir al «alumbrao» recibió la llamada, para mandarlo al paro, de unos señores con «apellidos de hermano mayor de cofradía rancia» e igual abolengo. Tan rancios, que, como los números de la crisis, apestan a pescado podrido.

O que se lo digan a Julio Muñoz, que después de recorrerse el planeta entero, de ver las puestas de sol del desierto de Kenia o bañarse en las aguas del Mar Muerto en busca de los «andaluces que hay por el mundo», la noche del «pescaíto» se sintió «muertito» en «los Madriles» a los que ha emigrado «por el amor de una niña rubia» y buscó la querencia de su tierra.

Cada noche de Feria, Julio «se disfraza» de flamenco, coloca su bonsái «con pinta de naranjo» -al que llama «Daglas, Michael» porque «quiere ser como su padre: Duglas, Kirk»- junto al portátil en el que ve imágenes de la Feria de Abril tomando fino. Milagro pagano de San Patricio mediante, la crisis se olvida y «hasta el bar de la esquina se convierte en una caseta de distrito, entrada libre». La caseta 1.048 está a medio millar de kilómetros del Real.

Si estuvo junto a su portátil el miércoles de Feria a mediodía, Julio pudo ver a Pascual González -cantor de Híspalis, que lo mismo vale para un pregón de Semana Santa que para una presentación televisiva y a quien los viandantes confunden con Pascual Márquez, torero- entrevistando al «alcalde de Triana», Alberto Moriña. Caseta municipal, plató abierto. Alimentos de Mercasevilla, maletines cerrados.

Precisamente en Triana, se han repartido carteles por los comercios en los que «se prohíbe hablar de la cosa». 135 euros vale un aparcamiento fijo en el Real. Entre 2,5 y 6 euros, «los cacharritos». Entre 8 y 12, la jarra de rebujito. Entre 0,80 y 1,30, el viaje en metro, el «cacharrito» con más demanda, con colas de una hora. 1,5 euros, la botellita chica de agua. Entre 12 y 16 euros, el plato de jamón. Cómo está «la cosa de mala» que, aunque los precios se han congelado respecto al año anterior, las estrellas de la barra son la tortilla de patatas y las croquetas, que, según dice Inma Izquierdo, feriante de la caseta del «Emperaó», antigua «el Musulmén», «dignifican los eventos». Elogio de la croqueta en crisis y cuarto creciente.

Parecida afluencia, pero menos gasto. Menos carruajes, más espacio. Una situación económica que altera «el orden lógico de los yogures» -expresión acuñada por Adrián González, feriante de Las Pajanosas, de los de «a ver si nos vemos en el Real»-, dejando las neveras, las carteras y las cuentas corrientes vacías. Unos números que dejan también sensación de final de un tiempo, de crónica de despedida. Pese a ello, la Feria sobrevive a ella misma y, aparentemente, a la crisis, mientras la luna sigue con su sonrisa burlona de «medio lao». Aún quedan cuatro días de Feria. Incontables de crisis. Entretanto, como dicen por el Real, «que nos quiten lo bailao’» y como deja escrito Luis Márquez en el «feisbuk» antes de irse «a vivir a la Feria»: «En un descuido, crearemos universos». Fiesta creciente, bolsillos menguantes.